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Anselmo Vilar apagó las luces para evitar que los aviones italianos y alemanes siguieran disparando a la población civil, que se había agolpado en la localidad de Torre del Mar

Hablan los supervivientes del bombardeo fascista de La Desbandá: «En mi casa esto no se comentaba»

eldiario.es / Néstor Cenizo / 05/02/2022

En La Desbandá hubo unos cuantos verdugos, miles de víctimas y algunos héroes. De Norman Bethune, el médico canadiense que recogió en una destartalada ambulancia a cientos de víctimas que huían camino de Almería, se ha escrito bastante. Pero de Anselmo Vilar García, un hombre que pagó su valentía con la vida, se sabe algo menos. Durante dos días, Vilar apagó el faro de Torre del Mar (Málaga) para evitar que la aviación franquista masacrara en sus vuelos rasantes a miles de personas que se habían agolpado en un descampado cercano. Consumada la toma de la plaza por las tropas franquistas, fue ejecutado sin juicio cuando contaba 55 años.

La historia de Vilar, nacido en Castro de Rei (Lugo), fue rescatada del olvido por Jesús Hurtado, un periodista de Vélez-Málaga (municipio al que pertenece Torre del Mar) con alma de investigador. Mientras escribía la historia del Vélez CF, algunos de los más veteranos del equipo le contaron recuerdos de la Guerra Civil: cómo huyeron por la carretera y muchas personas se salvaron de la muerte porque una noche el faro se apagó. Y a Hurtado la luz se le encendió: debía documentar esa historia.

El acoso de las tropas fascistas a los civiles malagueños

A Vilar la guerra le puso en las manos la vida de cientos de personas. Lo de ser farero en Torre del Mar le venía de familia. Su abuelo, Anselmo Vilar Coria, fue el encargado de estrenar el primer faro del pueblo el 15 de marzo de 1867, y fue relevado por su padre, que se mantuvo en el puesto hasta 1910, según recoge el propio Hurtado en su trabajo El Faro Torreño. Él se hizo cargo del faro a una edad ya tardía, con 48 años, en 1930.

Pronto, la vida le iba a poner en una tesitura trascendental. Entre el 6 y el 7 de febrero de 1937, decenas de miles de personas (algunas fuentes elevan la cifra hasta las 150.000) salieron de Málaga, entregada a los fascistas sin disparar un tiro, uniéndose en su caótica huida (juía) a otros tantos que venían de Cádiz o de la comarca de Loja, en Granada, a través del boquete de Zafarraya. Los militares republicanos y el coronel José Villalba declararon que en total huyeron por la carretera unas 300.000 personas. Queipo de Llano hablaba de 250.000.

A quienes salieron de Málaga les acosaban tres columnas de las fuerzas italianas, comandadas en España por el general Mario Roatta. La columna del coronel Carlo Rivolta (zona Antequera-Málaga), la del Corpo Truppe Voluntari dirigida por el histriónico y violento Arconovaldo Bonaccorsi (que se hacía llamar Conde Rossi), y otra integrada por las Flechas Azules del comandante Guassardo Gusberti, que venía desde Alhama de Granada, según el trabajo de Antonio Navas Muñoz La Italia fascista en Málaga durante la Guerra Civil española. Queipo de Llano completaba el macabro cuadro con sus amenazas y exabruptos desde Unión Radio Sevilla: “Malagueños, ponedle pantalones a la luna”.

Decenas de miles se agolpan en Torre del Mar

Pero la táctica de la guerra celere (el equivalente italiano al blitzkrieg alemán) se topa con un escollo en la pedanía veleña de Puente de Don Manuel. Una escaramuza obliga a Gusberti a frenar su avance, y quienes huyen desde Málaga quedan atrapados en una especie de nudo en Torre del Mar, ya en la costa. «Los partes de guerra señalan que hay un cerco en la carretera. Hay quien dice que en Torre del Mar se agolpan 200.000 personas, entre quienes salían de las casas, gente que venía de Málaga, de Granada y Loja», explica Hurtado. La mayoría confluyen en una zona conocida entonces como Acequia Bigotona, una explanada donde hoy se celebra un festival de música, a menos de un kilómetro del faro.

Es la madrugada del 6 al 7 de febrero, una noche fría y lluviosa. Málaga está cayendo, miles de personas huyen despavoridas y Heinkel alemanes y Fiat CR-32 italianos (llamados “chirri” por los malagueños) venían ametrallando a quienes huían a lo largo de la carretera. «A los tres cuartos de hora, un parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó, incendiando algunos camiones», dijo Queipo.

De aquel ensañamiento y de la huida desordenada y febril de miles de personas quedó reflejo en documentos oficiales, pero también en los testimonios de periodistas y escritores extranjeros. En su novela La Esperanza, basada en su experiencia como piloto de la República, André Malraux pone en boca de uno de sus personajes estas palabras sobre la caída de Málaga. «El éxodo es extraordinario, Magnin… Más de cien mil habitantes en fuga… Terrible… Y los aviones italianos los persiguen». Y más adelante, una frase luego muy citada: «El mundo entero, en ese minuto, corría en un único sentido».

«Hacia las dos de la tarde comienza el éxodo desde Málaga. La carretera es un río de camiones, coches, mulas, carros, gentes asustadas que riñen entre ellas. Esta riada lo chupa y lo arrastra todo: civiles, milicianos desertores, el gobernador civil, algunos oficiales del Estado Mayor… Corren algunos extraños rumores por Málaga: que los rebeldes han ocupado ya Vélez, la siguiente población hacia el este, a unos cincuenta kilómetros; el río de refugiados se dirige a una trampa mortal. Según otro rumor, la carretera está todavía abierta, pero bajo el fuego de los barcos de guerra y de aviones que ametrallan a los refugiados. Nada, entonces, puede ya detener al río: fluye y fluye, y se alimenta sin cesar de los arroyos del miedo», escribe Arthur Koestler, corresponsal para el Daily Worker, en su obra Diálogo con la muerte: un testamento español.

Vilar, que conoce todo esto y sabe que miles se agolpan cerca de su faro, toma su decisión: apaga las luces para evitar que los aviones se orienten y continúen su matanza. Despistados, los pilotos pasan Torre del Mar y continúan hasta la siguiente referencia: Torrox, a 18 kilómetros, donde el faro sí les alumbra.

Dos noches apagado

Una noticia firmada por el corresponsal Lawrence Fermsworth en The Manchester Guardian (actualmente The Guardian) y recuperada por Hurtado da cuenta del suceso en los siguientes términos: «La caravana de miles de personas llena la carretera de banda a banda; se avanza con dificultad. Algunos prefieren hacerlo de noche aprovechando que el faro de Torre del Mar ha sido apagado y deciden tirar campo adentro para evitar los continuos reconocimientos que se hacen ininterrumpidamente en esta zona de la costa con intención de ametrallar y bombardear».

Dos noches permaneció sin luz el faro de Torre del Mar, que tenía un alcance de doce millas, unos 22 kilómetros. Gracias a la oscuridad, miles pudieron refugiarse sin miedo a ser descubiertos. «Por eso entre Torre del Mar y El Morche (la pedanía costera de Torrox) hubo ametrallamientos y en Torre del Mar no, a pesar de que hubo la mayor concentración de personas», resume Hurtado.

Cuando al día siguiente el Teniente Coronel Mejide y el Capitán de Infantería Ramón Marvá Maciá llegan a Vélez-Málaga, se encuentran una ciudad vacía, en la que apenas pueden hablar con un matrimonio cubano y un par de paisanos más. Un capitán de milicias les informa: la resistencia ya se ha marchado.

Vilar fue apresado y asesinado por su acción humanitaria. Según Hurtado, fue ejecutado en las paredes del cementerio de Vélez-Málaga, donde aún hay varias fosas comunes por abrir. Era, dice, un hombre sensible, que por su oficio sabía leer y escribir, y ayudaba a los marengos a redactar sus cartas y escritos. Frecuentaba el Casino de la Alegría y era un aficionado al ajedrez. En sus ratos de soledad en el faro, tallaba sus propias piezas. «Siempre tenía en el bolsillo una torre de ajedrez, que simbolizaba un faro». Es posible que la llevara cuando fue apresado y que el hombre que apagó la luz para que otros salvaran la vida muriera, al fin, junto a un faro.

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Fuente:https://www.eldiario.es/andalucia/malaga/farero-apago-luz-salvar-huidos-desbanda_1_8715093.html

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Publicado por ARMH

Cuando la ayuda internacional se volcó con los refugiados de la ‘Desbandá’ sin que Franco pudiera evitarlo

El investigador Eusebio Rodríguez Padilla explica que el general golpista permitió la ayuda de las organizaciones internacionales a los niños refugiados, «a cambio de asegurarse lo propio para su retaguardia».

publico.es / María Serrano / 07/02/2021

«Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi en esta marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación que hayan visto nuestros tiempos».
(Norman Bethune, médico canadiense)

De aquella carretera, sembrada de muerte y terror, llegaron miles de refugiados al único reducto andaluz aún republicano, la ciudad de Almería. El médico canadiense Norman Bethune iba con su equipo en ambulancia buscando supervivientes en las calles o en las aceras del puerto, donde «solamente se movían para mordisquear alguna hierba. Sedientos, descansando o vagando temblorosos sin rumbo». No fue la peor estampa que este médico se encontró entre la gigantesca columna de los refugiados. Otra de sus tareas sería recoger a «los muertos esparcidos entre los enfermos con los ojos abiertos al sol».

El gobernador civil de Almería, Morón Díaz, amparó en las primeras semanas de febrero de 1937 a 100.000 evacuados. «Granadinos y malagueños, venían por la carretera en una huida a ninguna parte», apunta el investigador Eusebio Rodríguez Padilla a Público. En menos de un mes, Almería triplicó sus habitantes. «Pasaron de 50.000 a una cifra desorbitada: 150.000 personas para las que no había apenas recursos».

El médico Bethune fue de los pocos en testimoniar la barbarie. «¿Qué crimen habían cometido estos hombres de la ciudad para ser asesinados de un modo tan sangriento? Su único delito había sido el de votar un Gobierno del pueblo».

El gobernador Morón hablaba en la prensa de la necesidad de activar un plan de trabajo. En su informe hizo constar que «solo se habían evacuado mujeres y niños y que todos los hombres útiles debían volver de nuevo al frente».

Eusebio Rodríguez Padilla es consciente de que existe un capítulo oculto de la ayuda internacional a esta masacre: «No fueron pocas las organizaciones extranjeras que se implicaron en el auxilio a los desvalidos en la guerra civil española».

Arthur Koestler corresponsal británico en The News Chronicle contaría a Inglaterra en sus crónicas el «río de refugiados que se dirigía a una trampa mortal. La carretera abierta, bajo el fuego de los barcos de guerra y de los aviones que ametrallan a los refugiados». Desde el The Manchester Guardian informaban de una evacuación de Málaga con «carácter de un cataclismo humano, desconocido en la historia de Europa».

Las imágenes dieron la vuelta por el mundo y «muchos colectivos internacionales se apresuraron a proporcionar ayuda a la retaguardia republicana» relata Eusebio. Las principales organizaciones fueron la Cruz Roja Internacional, la Sociedad de Amigos Cuáqueros de ámbito religioso y el Socorro Rojo internacional. Estas organizaciones montarían sus instalaciones en suelo republicano, contando con vecinos de Almería. «Las prestaciones serían ofrecidas por entidades particulares, principalmente inglesas».

El deplorable estado físico en el que llegaron los refugiados queda constatado en el libro de urgencias del Hospital de Almería con «dolencias en el tren inferior como consecuencia de las largas jornadas caminando, llagas con úlceras en piernas y pies, agotamiento físico pero también heridas de metralla por los ataques franquistas contra la población que se desplazaba por la carretera».

Federico Utrera Cuenca, fue uno de aquellos médicos que certificó el estado lamentable en que venían los refugiados; Guillermo Verdejo Acuña, fue otro de los sanitarios que cedió todo su instrumental médico para atender a los refugiados; o el doctor José Velasco Angulo que dejó a cargo una clínica para atenderlos.

La cesión de Franco

No se podían llenar los barcos de víveres sin que las organizaciones contaran con el beneplácito de los militares golpistas. Padilla cuenta a Público como «en el informe de la visita del presidente de la Comisión Internacional de Ayuda a los niños refugiados en España obtienen del Gobierno de Franco garantías en los envíos de víveres a la España republicana en barcos enteros, que no serían bombardeados, ni destruidos de otra manera por los militares del Gobierno nacionalista». Exigía un favor a cambio: «Franco permitía la ayuda a los niños refugiados, a cambio de asegurarse lo propio para su retaguardia», añade Padilla.

Bethune con su unidad de transfusiones de sangre en 1937.  ARCHIVO DE ESTUDIOS ALMERIENSES

La labor de estas organizaciones tenía como «primer interés atender la carestía de los niños hambrientos y huérfanos». Es curioso ver como llegaban desde Inglaterra directivos como Violeta Thurtan a la Almería más masacrada. «El objetivo era crear un Asilo-Clínica para refugiados que efectuaría Adrian Gwyn Phillips, representante en Almería de la Cruz Roja Internacional por cuenta de la British Universities Ambulance Unit for Spain». George Young comisionó el Hospital de la Cruz Roja en la capital y Lady Young, realizó un donativo en metálico al Ayuntamiento para dedicarlo a la adquisición de víveres para los niños enfermos y dependencias hospitalarias.

El trabajo de aquellos extranjeros era prácticamente voluntario. «La directora del hospital de Almería, Sinclair Cavell, tenía como política que solo el servicio doméstico y algunas encargadas recibían remuneración por su trabajo». El gobierno de Almería se volcó en la ayuda a los miles de refugiados. «Las autoridades locales cedían los edificios. Mientras que el mantenimiento desde enero de 1937 hasta julio del mismo año, se sufragó con 5.000 libras esterlinas conseguidas por Sir George y Lady Young por donantes voluntarios en diversos países, preferentemente los británicos», señala Padilla.

Las donaciones extranjeras crearon las llamadas Tiendas Asilo, que regentaban vecinos como Alfonso de la Cámara Montilla y Juan Belmonte Petronila, para la distribución de alimentos.

De algunos de estos vecinos sí que ha llegado a trascender su historia como la de Juan Belmonte Petronila, Mudo, quien se embarcó al final de la guerra a Orán (Argelia) en el buque Stambrook el 29 de marzo de 1939. La represión lo llevó por varios campos de concentración, en Nevand (Argelia), donde permaneció hasta el mes de mayo de 1940 y posteriormente fue trasladado al Depósito o Campo de Concentración García Aldave (Ceuta).

Los hospitales para embarazadas y niños de los Cuáqueros

Los Cuáqueros llevaban como organización religiosa la Comisión Internacional para la Ayuda a los Niños Refugiados de España. «Allí se proporcionaba a la población refugiada leche, pan y fruta, procedente de barcos ingleses que llegaban al puerto», explica Padilla.

En algunas ocasiones, como Navidad, se celebraba la Pro-Semana del Niño, con «campañas destinadas a la obtención de fondos para los huérfanos, hijos de milicianos y niños evacuados de otros lugares de España». En el Comedor de Evacuación se podían atender a 500 niños refugiados. Allí comían turrón y galletas. Incluso la Banda Municipal se ofrecía a amenizar el acto en los difíciles tiempos de guerra.

Otra de las instalaciones montadas fue el desconocido hospital para mujeres embarazadas en Almería, para darle asistencia médica desde tres meses antes del parto hasta tres meses después del nacimiento del niño o niña. «Para que las mujeres pudieran estar con los suyos se crearon una especie de residencias y así poder permanecer las familias unidas», señala Padilla, como ocurrió en el Chalet Batlles, actual sede de la alcaldía de Almería.

En medio de aquella crisis humanitaria, la figura del médico canadiense Norman Bethune fue fundamental al ser pionero «en poner en poner en práctica las unidades móviles de transfusión sanguínea. Con una furgoneta habilitada logró prestar auxilio a los evacuados de Málaga que se dirigían a Almería». En las noches del 6 al 9 de febrero trasladó a mujeres, ancianos y niños sin interrupción durante tres días y tres noches desde Castell de Ferro (Granada) a Almería. Bethune moriría poco tiempo después en China en el año 1939.

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Fotografía destacada: Columna de refugiados andando por la carretera de Málaga a Almería.  Archivo de Estudios Almerienses

Fuente:https://www.publico.es/politica/guerra-civil-espanola-ayuda-internacional-volco-refugiados-desbanda-franco-pudiera-evitarlo.html

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