El que quiera olvidar que olvide y el que quiera recordar, honrar y enterrar con los suyos tiene todo el derecho de hacerlo. Es bien simple, no entiendo tanto discutir ni opinar, son derechos humanos, enterrar a tus muertos, no hay nada que opinar.

Conocí a Susanna Toral Cabau el 11 de abril de 2015 en la convocatoria que se hizo a los familiares de represaliados de la Guerra Civil de mi pueblo, Valderas (León), al objeto de construir un panteón para los represaliados. Mi pueblo, Valderas, con 77 personas asesinadas sobre una población estimada en 3.300 habitantes, fue una de las poblaciones más masacradas de la provincia a partir de finales de julio de 1936.

nuevarevolucion.es / Sol Gómez Arteaga / 26/10/2021

Susanna vino desde Gerona, lugar en el que reside, para asistir a esa convocatoria, y posteriormente, el 30 de mayo de 2015, volvió a desplazarse para participar en la inauguración del Panteón que coincidió con la entrega, en ese mismo acto, de nueve restos de paisanos de la localidad exhumados por la ARMH en el año 2012 en el monte de Estébanez de la Calzada.

Fue muy emocionante leer a su lado, en calidad de nietas, la identidad y una pequeña biografía de los 77 represaliados de Valderas, cuyos nombres figuran en el panteón. Entre ellos el de su abuelo, Tomás Toral Casado, de 36 años, maestro de Villaornate, sacado de la escuela (con anterioridad ya había sido detenido y puesto en libertad) el 10 de octubre de 1936 mientas daba clase ante el estupor de sus alumnos. Sería paseado siete días más tarde, 17 de octubre de 1936, en Villadangos del Páramo.

Tomás estaba casado con María González Carnero, embarazada en ese momento de ocho meses del único hijo que tuvieron, Tomás Toral González. Entre las actividades del maestro está la creación, el 7 de mayo de 1932, de una biblioteca escolar gestionada por los propios alumnos con libros tan fundamentales como “La Ilíada” y “La Odisea”. También escribiría algunos artículos de divulgación científica.

El acta de defunción confirma que sus restos están en una fosa común del cementerio de Villadangos del Páramo, junto con los de 71 personas más cuya exhumación ha solicitado formalmente la ARMH en abril del 2021. Dicho cementerio es propiedad vecinal, y el 27 de agosto de 2021, el teniente alcalde, que también es presidente de la Junta de Vecinos, sometió a una esperpéntica votación la procedencia o no de exhumar la fosa. Aunque fueron muy pocos los que votaron, el resultado fue en sentido negativo a la exhumación. Ante este hecho, la Junta de Castilla-León intervino para hacer cumplir una ley en el que el derecho básico y humanitario de buscar a los muertos “ni se discute ni se negocia”.

No obstante, a fecha de hoy, según informa Susanna, las trabas administrativas se suceden y los trabajos de exhumación aún no han comenzado. Esto ralentiza un proceso en el que el tiempo -habida cuenta de que los hijos de los represaliados van desapareciendo- juega un papel absolutamente crucial.

El presidente de la ARMH Emilio Silva dijo un día, y se me quedó grabado, que cuando la Memoria echa a andar es imparable. ¿Cómo y cuándo llegaste a conocer la historia de tu abuelo?

En casa se hablaba poco o nada. Solo sabía que mi abuelo era maestro y murió durante la Guerra Civil. Veía su foto en la mesilla de noche de mi abuela y poco más. Nunca se me ocurrió preguntar al respecto, un sexto sentido me decía que no debía hacerlo.

En 2003 murió mi padre y, al cabo de unos días, mi madre se presenta en casa con una carpeta y me dice: ”Toma, esto es todo lo que tu padre tenía de tu abuelo, ahora es tuyo” y ese día empieza mi búsqueda, me han pasado el testigo y soy libre de preguntar.

Empecé a leer los documentos. Yo me había hecho la idea que habría muerto luchando en el frente, pero no, en la carpeta solo había papeles de la escuela y cuatro cosas más, nada que hiciera pensar que había estado en ninguna batalla. Nunca lo estuvo. Fue separado a la fuerza de su familia y de sus cosas.

Empecé a preguntar, primero a la familia, luego a contemporáneos de él. Esto fue muy enriquecedor, especialmente el testimonio de alumnos suyos que me contaron como lo detuvieron en la escuela y sus últimas palabras con ellos: “No sé si nos volveremos a ver, pero pase lo que pase nunca dejéis de estudiar, hay que saber leer y escribir”. A continuación rezaron una oración juntos y se lo llevaron. Era el 10 de octubre de 1936.

El tener conciencia de los hechos ocurridos marca, en mi opinión, un antes y después en los familiares de las víctimas. Conocer nuestro pasado, nuestros orígenes, nos hace conocernos más a nosotros mismos. En este sentido, ¿cambió algo en tu vida saber lo que le ocurrió a tu abuelo?

Efectivamente, existe un antes y un después. Me ayudó a comprender varias cosas. Entre ellas los problemas de salud de mi padre. Con el tiempo he aprendido que las enfermedades tienen raíces emocionales, y comprendí que ese silencio y ese dolor no expresado, que acompañó a mi padre toda su vida, estaba en la raíz de sus dolencias. Él tuvo un cáncer de laringe que a los 43 años le dejó sin voz. De hecho, mi padre, ya nació huérfano, tres semanas después de que mi abuelo fuera asesinado. ¿Te imaginas el sufrimiento de esa madre, que le matan a su marido, no puede ni enterrarlo y tiene que cuidar a su hijo recién nacido ella sola? Sé que mi abuela compró dos vacas para vender leche y poder alimentar a su hijo, pero ella nunca hablaba de eso ni se lamentaba de la dura vida que le tocó vivir. También me ayudó a saber cuál era mi papel: romper ese silencio y llorar ese dolor, tarea que ni él ni mi abuela pudieron hacer.

¿Qué sentiste en los distintos momentos de acercamiento a la figura de tu abuelo?

Los sentimientos son diversos y variados y, a menudo, se mezclan y cuesta discernir. Hay distintos momentos, por ejemplo, al conocer que fue arrestado dando clase y que todo su crimen fue intentar que todos los niños, ricos y pobres, aprendieran a leer, escribir y pensar por sí mismos fue una mezcla de tristeza y rabia. Lloré mucho, mucho, intentando comprender como el ser humano puede ser tan ruin… aún no lo comprendo.

Otro momento muy emotivo fue la única vez que estuve en Villadangos del Páramo, donde fue asesinado el día 17 de octubre de 1936 hace 85 años. Yo estaba haciendo el Camino de Santiago, era el año 2006, y a su paso por la población decidí preguntar por la fosa común que hay en el cementerio para dejarle un ramito que había improvisado con flores silvestres del camino. Entro en el bar de la carretera y al preguntar, la camarera me responde: “Aquí no se habla de esto”. Después de hablar de esto que allí no se hablaba, conseguí que un señor mayor me indicara el camino del cementerio y la ubicación de la posible fosa, diciendo muy amablemente que no me acompañaba porque no le convenía que le vieran conmigo.

En la carpeta que me dio mi madre había manuscritos de mi abuelo, y en una revista que dirigía en Valderas, su pueblo natal, también encontré un artículo suyo. Sus escritos, así como las historias que me ha contado la gente que lo conoció, me han llenado de orgullo. Su honestidad, inteligencia, humildad y amor por el prójimo, todo esto me aproxima a él y me hace sentir más en paz.

En 2015 se hizo un acto en Valderas recordando y nombrando los 77 vecinos de Valderas asesinados durante la Guerra Civil. Ese también fue un gran momento, oír los nombres en alto, uno por uno, fue indescriptible, y la constatación de que siguen existiendo en nuestro recuerdo. Nadie, nunca, conseguirá hacerlos desaparecer.

En estos momentos también tengo los sentimientos muy a flor de piel. Hace cosa de un año nos hemos reunido unas 18 familias que buscamos a nuestros abuelos, tíos, bisabuelos, etc. en la fosa de Villadangos del Páramo. Ha sido muy sanador compartir historias, sentimientos, conocimientos, es como un puzle que vamos armando entre todos. Les estoy muy agradecida, son fenomenales. Conocer las historias de sus familiares, como Santos Francisco, maestro herrador de Mansilla de las Mulas, Gerardo Vega, practicante en San Andrés de Rabanedo, Epifanio González, ebanista de Mansilla de las Mulas, Moisés Rodríguez, labrador en Valencia de Don Juan, Eugenio Curiel, director del instituto de Astorga, los hermanos Francisco y Jesús Rojo, unos críos de 18 y 16 años que trabajaban en la tejera de Ardón, y un largo etcétera de gente honrada, con padres, madres, hijos y esposas a los que amaban…, y saber que mi abuelo reposa junto a personas tan nobles, aunque parezca extraño, me genera un gran sentimiento de paz.

También he de decir que no todas las personas de Villadangos se oponen a la exhumación, y quiero agradecer a algunas de ellas su apoyo.

Quiero hacer una especial mención, en este sentido, a Rufino Juárez, de 86 años, que luchó durante décadas por encontrar los restos de su padre, y que falleció el 1 de septiembre de 2021 sin poder recuperarlos. Él era el último hijo con vida del grupo, ya que todos somos nietos, biznietos, sobrinos… El padre de Rufino se llamaba como él, era agricultor y presidente de la Junta Vecinal de Vegas del Condado, fue asesinado el 21 de octubre de 1936.

Todos los días se escucha alguna voz que dice que es mejor olvidar, que para qué remover y revolver sobre lo que pasó hace más de 80 años, ¿qué opinas de esto? ¿Crees que sigue siendo necesario reivindicar la memoria antifascista?

Es muy fácil, cada cual que haga lo que le parezca mejor con la memoria y los restos de sus familiares. El que quiera olvidar que olvide y el que quiera recordar, honrar y enterrar con los suyos tiene todo el derecho de hacerlo. Es bien simple, no entiendo tanto discutir ni opinar, son derechos humanos, enterrar a tus muertos, no hay nada que opinar.

Por otro lado, la verdad es muy importante, no se puede construir nada sobre una mentira, así que es imprescindible que la verdad salga a la luz.

Se ha hablado de trauma en referencia a las heridas sin sanar de la Guerra Civil, ¿Crees que las heridas de la guerra civil pueden llegar a sanar? En tu caso, ¿Qué tendría que ocurrir para que te sintieras, de alguna manera, reparada?

Todas las heridas pueden sanar. Cuando una herida no sana es porque se intenta tapar, se actúa como si no hubiera herida. A nivel físico es igual, si me hago un corte tendré que mirarlo, lavarlo, curarlo, hay un proceso, si actúo como si no hubiera pasado nada probablemente el corte acabará infectado. Con las heridas del alma ocurre lo mismo. Para sanar una herida hay que reconocerla, aceptarla, mirarla de frente, hablarla, llorarla, compartirla, reparar lo que sea reparable y seguir el camino. Y, sobre todo, saber la Verdad. En mi caso, esta búsqueda de los restos de mi abuelo es en sí misma la sanación de la herida familiar. Independientemente del desenlace, encuentre o no sus restos, el hecho de buscarlos, compartir la historia, hablar de él, saber la verdad, nombrarlo, estarte ahora mismo hablando de él, es muy sanador.

Los testigos, que conocieron y sufrieron de primera mano las consecuencias de la guerra civil, están muriendo, somos los nietos quienes cogemos el testigo, pero es muy importante que esa transmisión de los hechos a las generaciones futuras no se pierda para lo que ocurrió no caiga en el pozo del olvido. ¿Qué mensaje les darías a las generaciones más jóvenes, a tus hijos, respecto a todo esto?

A las generaciones más jóvenes les diría que para conocerse uno mismo hay que conocer de dónde venimos. Saber más de nuestros antepasados nos ayuda a conocernos, tarea imprescindible para mejorar y evolucionar como seres humanos.

Siempre oí, no sé si es verdad o no, pero tomé cuenta de ello y hasta escribí al respecto, que tu abuelo había regalado sus zapatos nuevos a un pobre que pasaba por la puerta de casa pidiendo, ¿qué opinión te merece este hecho?

Sí, a mí también me lo han contado, y que mi abuela le iba a dar los viejos y él le dijo que no, que se llevara los nuevos, que ellos tenían dinero para reparar los viejos y el pobre no. La primera vez que lo oí sentí vergüenza, de mí misma, yo soy de las que doy los zapatos viejos y encima me creo muy caritativa. Toda una historia para reflexionar.

¿Qué le dirías a tu abuelo si pudieras decirle algo? 

Que le amo.

 

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Fuente:https://nuevarevolucion.es/entrevista-a-sussana-toral-a-las-generaciones-mas-jovenes-les-diria-que-para-conocerse-uno-mismo-hay-que-conocer-de-donde-venimos/

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