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La asociación memorialista, que cuestiona «quién y para qué» asesora al Gobierno asturiano, propone crear una oficina de atención de las víctimas del franquismo

lavozdeasturias.es / 16/08/2022

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha criticado este martes que el Gobierno asturiano destine más de 102.000 euros para el estudio de 40 fosas de personas desaparecidas en la guerra civil y la dictadura franquista en vez de invertir esos recursos en ayudar a las familias a enterrar a sus familiares.

Su vicepresidente, Marco Antonio González, asegura que es más necesaria la ayuda en la búsqueda de los familiares desaparecidos que en señalizar las fosas comunes González considera que el empleo de un georradar para localizar estas fosas, como figura en el proyecto de Memoria Democrática, es una tecnología que se ha descartado hace años como «inútil» en la búsqueda de las fosas del franquismo, lo que les hace cuestionarse «quién y para qué» asesora al Principado.

La ARMH propone la creación de una oficina de atención de las víctimas de la represión franquista como existe en Euskadi y Navarra para que las desapariciones se consideren como «un derecho» y entiende que sería más lógico atender a los testimonios de las personas nonagenarias. La asociación ha llevado a cabo varias exhumaciones de fosas comunes en Asturias con sus propios recursos, entre ellas la semana pasada en La Garba, en Grado, contando para ello con la ayuda de voluntarios.

El Gobierno asturiano ha encargado ya a la empresa pública Tragsatec el estudio e investigación de 40 fosas comunes con el fin de determinar los emplazamientos donde puedan hallarse restos, concretar sus ubicaciones y documentar sus antecedentes históricos.

Para llevar a cabo estas tareas, solicitarán información a familiares y personas conocidas de las víctimas, como datos personales, fechas y lugares de enterramiento y, siempre que sea posible, la aportación de fotografías, documentos y otros objetos.

Una vez finalizada la investigación histórica, y con el objeto de completar con mayor precisión las fichas del catálogo de fosas comunes, se identificarán las localizaciones con georradar, lo que permitirá ubicar las 40 fosas y esclarecer si se conservan en ellas restos humanos. Los trabajos se realizarán en 40 fosas seleccionadas por el Instituto de la Memoria Democrática del Principado de Asturias en los concejos de Tineo, Cangas del Narcea, Salas, Candamo, Teverga, Laviana, Oviedo y Aller, informa Efe.

Asturias ultima un plan de exhumaciones de desaparecidos en la dictadura

El Principado destinará más de 102.000 euros al estudio de 40 fosas comunes con el fin de determinar los emplazamientos donde puedan hallarse restos

Asturias destinará más de 102.000 euros al estudio de 40 fosas de personas desaparecidas en la guerra civil y la dictadura franquista para actualizar el actual catálogo de enterramientos comunes y víctimas, y como paso previo al plan de exhumaciones que pretende impulsar.

El Gobierno de Asturias ha encargado ya a la empresa pública Tragsatec el estudio e investigación de 40 fosas comunes con el fin de determinar los emplazamientos donde puedan hallarse restos, concretar sus ubicaciones y documentar sus antecedentes históricos. El Principado cuenta con un catálogo de enterramientos y víctimas, en constante actualización, que se completará con este nuevo análisis, como paso previo para impulsar un plan de exhumaciones en la comunidad.

El equipo técnico que participará en el estudio está compuesto por Manuel Menéndez Díaz, Arantza Margolles Beran, Irene Faza Aladro, Adrián González López e Isabel Carballo Pérez, que se ocuparán, entre otras labores, de la recogida de testimonios, la documentación histórica, las exploraciones con georradar y la elaboración de fichas sobre personas desaparecidas. Para llevar a cabo estas tareas, solicitarán información a familiares y personas conocidas de las víctimas, como datos personales, fechas y lugares de enterramiento y, siempre que sea posible, la aportación de fotografías, documentos y otros objetos. Las entrevistas se grabarán y se transcribirán con el fin de asegurar su conservación.

Una vez finalizada la investigación histórica, y con el objeto de completar con mayor precisión las fichas del catálogo de fosas comunes, se identificarán las localizaciones con georradar, lo que permitirá ubicar las 40 fosas y esclarecer si se conservan en ellas restos humanos. La información recabada a través de testimonios, investigación documental y localización por georradar facilitará la elaboración de fichas con todos los datos verificados: denominación, localización, concejo, intervenciones, número de víctimas y fuentes historiográficas, entre otros.

Los trabajos se realizarán en 40 fosas seleccionadas por el Instituto de la Memoria Democrática del Principado de Asturias en los concejos de Tineo, Cangas del Narcea, Salas, Candamo, Teverga, LavianaOviedo y Aller, informa Efe.

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Fuente:https://www.lavozdeasturias.es/noticia/asturias/2022/08/16/armh-critica-asturiassenalice-fosas-vez-buscar-desaparecidos/00031660646000287373620.htm

La exhumación de La Garba congrega a hijas, nietos, bisnietas o jóvenes sin vínculo familiar con ganas de ayudar en la búsqueda: “Hay que saber de dónde venimos para saber a dónde vamos”. La ARMH ha encontrado restos de al menos seis cuerpos.

— Nietos y voluntarios ante una fosa: “Es el Estado el que debería encargarse de los desaparecidos. Los derechos humanos no se subvencionan”

eldiario.es / Olga Rodríguez / 13/08/2022

En torno a la apertura de una fosa surgen siempre grandes conversaciones. Se extraen huesos, objetos, pruebas de los crímenes, pero también relatos y palabras que llevaban décadas silenciados, pospuestos. Ha ocurrido estos días en La Garba (Grau, Asturias), donde el equipo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha localizado y exhumado restos de al menos seis personas asesinadas y desaparecidas en 1938 y 1939 por la represión franquista.

Alrededor de la zanja abierta han surgido diálogos pendientes, intercambio de información y de afectos, como los que las personas voluntarias de la ARMH han mostrado hacia las hermanas Amparo y María Ángeles Arias, de 86 y 91 años respectivamente, hijas de José Arias, asesinado y desaparecido en esta fosa en 1938.

Ellos me fueron transmitiendo pinceladas desde pequeñina. Y de ese modo es como si yo misma lo hubiera conocido 

Sandra, bisnieta

“Ojalá nuestros hermanos mayores estuvieran vivos para poder presenciar esto. A mi madre le tocó una vida muy dura”, musitaba este jueves Amparo mientras observaba cómo dos arqueólogos de la ARMH cepillaban los huesos que asomaban en la fosa del prado Canto La Piedra.

“Esto ya va a acabar, ya van a estar juntines tu padre y tu madre, ya tocaba”, le contestaba una vecina de Grau. “Si identifican a mi padre queremos enterrarlo con mi madre”, explicaba Amparo.

Hasta cuatro generaciones se han congregado en La Garba estos días. Sandra, una joven bisnieta de José Arias, recuerda cómo en su infancia escuchaba a su abuela y a sus tíos abuelos “contar la historia”: “Mi abuela y sus hermanos siempre tuvieron la pena por lo ocurrido. Ellos me fueron transmitiendo las pinceladas de la historia desde pequeñina. Y de ese modo puedes recordarlo, como si yo misma lo hubiera conocido”, explica con ojos expresivos.

“Cuando mi abuela ha sabido que al fin estaban abriendo la fosa, ha sentido alivio, como que ha descansado”, añade.

Tres niños huérfanos escondidos en un pajar

Por aquí han pasado también los hermanos Josefa y Gustavo Díez Rodríguez, nietos del matrimonio formado por María Concepción García y Enrique Rodríguez Siñeriz, arrestados y asesinados juntos en 1938 y arrojados a la fosa. Tenían tres hijos, la mayor de once años. Los niños se quedaron varios días solos en casa, aguardando su regreso.

“Entró gente a robar varias veces a la casa y se escondieron en el pajar, muertos de miedo”, relata Josefa. “Allí estuvieron hasta que vino un familiar del pueblo que se hizo cargo de ellos y después se fueron con una hermana de mi abuela que ya tenía cuatro o cinco hijos”.

“Mi madre quedó marcada. En sus últimos años de vida tuvo Alzheimer y la pobre a mí me llamaba mamá. A su hija la llamaba mamá, buscaba a su madre, muerta cuando ella tenía 11 años. Qué cosas”, añade Josefa. “Al tener tres hijos pequeños podían haber dejado a mi abuela viva, pero no”.

Su hermano Gustavo prosigue: “Esas cosas parece que están tapadas en la memoria pero cuando esta empieza a deshacerse…”. “Ellos tenían unos amigos que se habían marchado a Francia exiliados, y le decían a ella que marcharan con ellos. Mi abuela decía que no, que para qué iban a ir, que no habían hecho nada malo”.

Esta bala se llevó por delante a una persona. De algún modo, se llevó por delante a una familia entera. Y, a gran escala, a un pueblo entero.

Jóvenes a pie de fosa

Entre la gente que ha visitado esta fosa ha habido varios jóvenes sin vínculos familiares con las víctimas pero con ganas de conocer la historia de su comarca y de ayudar en las tareas de búsqueda. Es el caso de Candela Fernández, una adolescente de quince años que llegó el martes ofreciéndose a colaborar:

“Me interesa mucho la memoria y quiero participar para que nuestro futuro sea mejor”, explica. “Ha venido dos días seguidos, se ofreció a echar una mano y ha estado aquí como una más cribando tierra”, cuentan integrantes de la ARMH.

“La gente joven tiene que conocer de dónde viene para saber a dónde van”, reflexiona Marina Solís, madre de Candela.

Marina y su hija Candela de 15 años, vecinas de la zona que se han ofrecido a ayudar al equipo de la ARMH en las tareas de exhumación. Aquí, cribando tierra | Oscar Rodríguez (ARMH)

En el equipo de voluntarios de la ARMH hay varios jóvenes que ya han participado en otras exhumaciones. Uno de ellos es José Manuel Doutón, de 22 años, licenciado en Historia y encargado estos días de cribar la tierra, de atender a las familias de las víctimas y de ofrecer información a periodistas y curiosos. “Me interesa mucho este aprendizaje, estar en un movimiento social para crear un mundo mejor y ayudar”, cuenta.

Julia Silva, de 24 años, trabajadora social, también ha participado en varias exhumaciones: “El sistema que rodea a cualquier persona es la familia. Incluso cuando parece que no, la familia siempre está presente. Una de estas balas que hemos encontrado aquí se llevó por delante a una persona. Pero no solo a ella. De algún modo, se llevó por delante a una familia entera. Y, a gran escala, a un pueblo entero, porque esto afecta a toda una comunidad”, explica.

El arqueólogo Serxio Castro y los voluntarios de la ARMH Julia Silva y David Ramírez. | Olga Rodríguez

La solidaridad de la búsqueda

“No puedo evitar pensar que esta bota fue usada, tuvo vida, se aprecian las pisadas en el talón”, musita Malena García, voluntaria de la ARMH mientras retira la tierra que rodea a una bota que asoma en la fosa.

Un par de metros más allá, en la misma zanja serpenteante, el arqueólogo Serxio Castro cepilla pacientemente un cráneo aún incrustado en el suelo y el voluntario David Ramírez, experto en objetos, escruta unas gafas halladas el día anterior. A su lado, la arqueóloga Nuria Maqueda y el vicepresidente de la ARMH, Marco González, cavan y supervisan. Llevan más de una década participando en exhumaciones. Óscar Rodríguez, el fotógrafo de la asociación, documenta cada hallazgo.

A mi bisabuela la raparon y violaron dos días después de haber dado a luz. Tuvieron que subirla a un carro porque no se tenía en pie. 

También colaboran varios voluntarios de Asturias, como David Fernández o la historiadora Marina García, librera en Gijón. Algunos de ellos tienen familiares asesinados o desaparecidos por el franquismo. Es el caso de Marina:

“Mi bisabuela sale en un libro en asturiano sobre la represión en la zona occidental de Asturias. Ella lo contaba poco, pero supimos que la sacaron de casa, la raparon y la violaron. Había dado a luz dos días antes. Tuvieron que subirla en un carro porque no podía ponerse de pie”, cuenta mientras escarba la tierra.

Voluntarios de la ARMH hablan con Sabino Fernández, de 90 años, hijo de un desaparecido en la fosa del Rellán | Olga Rodríguez

Malena García se ha encargado estos días de tomar datos y muestras de ADN a las familias de los desaparecidos en esta fosa. Cerca de aquí se encuentra la fosa del Rellán, donde hace unos meses la ARMH exhumó restos de varias víctimas. La próxima primavera, cuando se ablande la tierra, retomarán las tareas. Mientras tanto, la identificación del ADN sigue su curso, a la espera de las pruebas del laboratorio. El proceso es lento.

“Si el Estado se encargara de tener equipos propios que impulsaran las identificaciones todo podría ir más rápido”, murmura un voluntario cuando llega hasta esta exhumación de La Garba Sabino Fernández, de 90 años de edad, hijo de un asesinado en la fosa del Rellán. Viene acompañado por su hijo: “Buenas tardes, amigos. ¿No sabréis cuánto queda para que tengamos el resultado de las pruebas?”, pregunta. El tiempo depende del laboratorio privado al que se han enviado las muestras de ADN.

El equipo de la ARMH se moviliza y corre hacia Sabino para tranquilizarle. Surgen muestras de cariño, palabras de aliento, miradas atentas. “Ochenta y cuatro son ya. Ochenta y cuatro años esperando”, murmura el hombre. “Gracias por todo, amigos. Gran trabajo hacéis”, dice su hijo. Cuando se alejan en su coche, se hace el silencio y a una voluntaria se le humedecen los ojos. En la solidaridad de la búsqueda no solo se resienten las rodillas y las lumbares.

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Fotografía destacada: Amparo Arias, hija de José Arias, asesinado y desaparecido en la fosa de La Garba en 1938, junto con hijas, nietos, bisnietas, integrantes de la ARMH y vecinos de la zona. | Olga Rodríguez

Fuente:https://www.eldiario.es/sociedad/cuatro-generaciones-pie-fosa-franquismo-acabar-juntines-toca_1_9237623.html

Memoria Histórica | |
Publicado por ARMH

Los horrores de la cárcel franquista de Can Mir, donde quien tenía ‘suerte’ moría primero

Tras el golpe de 1936, un almacén situado en pleno centro de Palma confinó entre miseria y torturas a más de 2.000 presos, sometidos a la práctica de las ‘sacas’: los reclusos eran ‘liberados’ y, conducidos bajo engaño por los falangistas, acababan fusilados. Ahora, este espacio es un cine, la popular sala Augusta

— Tomar el sol sobre las víctimas del franquismo

eldiario.es/illes-balears / Esther Ballesteros / 10/08/2022

Quien tenía ‘suerte’, era asesinado el primero. Los demás debían contemplar aguardando su turno. En numerosas ocasiones, los verdugos no anunciaban quién sería el siguiente: caminaban lentamente por la nave, entre los presos, haciendo amagos de aproximarse a uno u otro, mofándose del terror que emergía en sus rostros, para darse después la vuelta. Otros recibían la notificación de su fusilamiento apenas unas horas antes de llevarse a cabo y, para incrementar la tortura, dejaban espacios de una hora entre ejecución y ejecución mientras la angustia se apoderaba de los reclusos. En la mayoría de los casos, no les permitían despedirse de sus familiares. Si estos querían recuperar el cuerpo, debían hacerlo mediante soborno.

A mediados de 1936, un almacén de maderas situado en las céntricas Avenidas de Palma –desde donde la ciudad comenzó a expandirse tras el derribo de las murallas renacentistas que la cercaban hasta bien entrado el siglo XX– se convirtió en una de las prisiones más oscuras y trágicas de la represión franquista en Mallorca. Ubicada en el mismo lugar donde en la actualidad se levanta la popular sala Augusta –a la cárcel se entraba por el mismo acceso que cada año atraviesan miles de cinéfilos–, albergó durante cinco años a más de 2.000 presos, la mayoría vinculados a asociaciones obreras y partidos de izquierdas. La nave, de unos mil metros cuadrados, llegó a confinar al mismo tiempo, en un “ambiente nauseabundo”, a 1.004 prisioneros “dando incesantes vueltas por aquel antro”, como dejó constancia uno de los internos que permaneció tras sus rejas, el músico, escritor y político Lambert Juncosa.

Con Palma como punto estratégico en el desarrollo de la guerra al servir de base naval y aérea de las tropas nacionales, las autoridades comenzaron a habilitar distintos espacios de la ciudad -y del resto de Balears- para utilizarlos como cárceles y depósitos de detenidos. Como señala el investigador Bartomeu Garí Salleras, miembro fundador de Memòria de Mallorca, en La repressió a Mallorca durant la Guerra Civil espanyola, la represión fascista en la isla fue planificada meses antes del conflicto y perfectamente ejecutada por falangistas, militares, autoridades civiles, redes clientelares de derechas, capellanes e, incluso, por familiares de las propias víctimas.

“Desde el mismo momento del levantamiento fueron encarcelados muchos políticos y funcionarios acusados ​​de izquierdismo o que no habían querido adherirse a la nueva situación. Se inició una auténtica caza de sospechosos, que serían fusilados sin contemplaciones en las cunetas de las carreteras o en las tapias de los cementerios, sin ningún tipo de juicio y sin ningún motivo o muchas veces por motivos inconfesables”, afirma Garí con base en lo arrojado en Guerra Civil i repressió a Mallorca, del historiador Josep Massot Muntaner, uno de los estudiosos que durante la Transición más se volcó en esclarecer cómo se desarrolló el conflicto bélico en la isla.

Se inició una auténtica caza de sospechosos, que serían fusilados sin contemplaciones en las cunetas de las carreteras o en las tapias de los cementerios, sin ningún tipo de juicio y sin ningún motivo o muchas veces por motivos inconfesables

Bartomeu Garí Salleras — Investigador

Can Mir, próxima a la estación del tren de Sóller y a la prisión provincial, esta última instalada en el convento de los Capuchinos, se convirtió en una de las cárceles más sombrías de la isla: sin apenas contacto con el exterior, los presos convivían sin ninguna condición higiénica ni sanitaria, bajo un frío extremo en invierno, con una nube permanente de polvo planeando sobre ellos, sometidos a una extrema presión psicológica y prácticamente en penumbra, porque las bombillas, en torno a las que revoloteaban los murciélagos, apenas iluminaban y los ventanales situados en la parte superior tampoco dejaban traslucir la claridad.

Imagen del almacén de maderas Can Mir antes de convertirse en prisión franquista | Fotografía cedida por Manel Suárez

“Vivían sin ninguna condición de habitabilidad ni salubridad y muy pocos tenían derecho a salir al pequeño patio que había justo a la entrada. Entraban con lo puesto y algunos tenían que dormir con una manta en el suelo. La gente que entraba allí difícilmente podía salir: era una prisión destinada a eliminar físicamente a todas aquellas personas que el nuevo régimen consideraba que tenía que asesinar”, señala, en declaraciones a elDiario.es, el investigador Manel Suárez Salvà, autor del libro La presó de Can Mir. Un exemple de la repressió franquista durant la Guerra Civil a Mallorca, editado por Lleonard Muntaner. La repercusión de la obra fue tal que comenzaron a aflorar nuevos testimonios y datos que dieron pie a la publicación de un nuevo volumen, Suborns i tretes a la presó de Can Mir.

La comida, normalmente boniatos cocidos con la tierra aún adherida a la piel y huesos de vaca sin limpiar, les causaba malnutrición. “El alimento era tan pésimo que dudo de que muchos perros o cerdos lo hubieran querido probar”, relató otro de los presos, Josep Muntaner Cerdà, Fusteret, en sus memorias No eren blaves ni verdes les muntanyes. Los problemas de vista, la tuberculosis, las gastroenteritis, los problemas de riñones y algunos casos de demencia “ante la angustia y el terror de estar encerrados sin ver la luz del sol durante semanas y sin saber qué sería de ellos y de sus familiares” eran el pan de cada día en la cárcel de Can Mir. De puertas para afuera, cuando lograban comunicarse con su familia, intentaban ocultar la realidad de lo que sucedía en el almacén, mintiendo sobre las míseras condiciones en las que vivían y sobre el trato que recibían.

El alimento era tan pésimo que dudo de que muchos perros o cerdos lo hubieran querido probar

Josep Muntaner Cerdà — Preso en Can Mir

“Sé que muero siendo bueno”

Los cautivos intentaban, además, demostrar en todo momento su inocencia, especialmente en la última carta que se les permitía escribir horas antes de su fusilamiento. “Sé bien que muero siendo bueno y que no he cometido ningún delito, por eso es que no muero por la justicia sino por la bondad. Por lo tanto, os ruego que me tengáis presente toda la vida, igual como yo os tengo a vosotros”, manifestaba Antoni Amengual Morey, el 30 de octubre de 1936, en una misiva dirigida a sus padres. Tres horas después era fusilado en la tapia del cementerio de Palma.

Dibujo de los presos de Can Mir, por J. Pla Imagen extraída de la web sobre la represión en Mallorca Fideus

Entre 1936 y 1937, la actividad más dura e intensa de la represión en Mallorca se centró en los hombres encarcelados en Can Mir. Allí se implementó y normalizó la práctica de las ‘sacas’: los presos eran ‘liberados’ y, conducidos bajo engaño por grupos de falangistas, acababan asesinados en las cunetas de las carreteras. Era el “juego macabro” de los represores, como señala Suárez. Cuando más tarde los familiares, en la creencia de que su hijo, hermano o marido continuaban presos, acudían a la cárcel para llevarles ropa limpia, los guardias les indicaban que habían sido liberados y que posiblemente habían huido a otro lugar, como así sucedió con Juan Cañellas Capllonch, miembro de UGT y presidente interino de la Casa del Pueblo en Esporles, calificado como “socialista peligroso”. De este modo, el crimen permanecía oculto.

Como explica el investigador, el poder adquisitivo de la familia determinaba, por 500 pesetas, la muerte o la puesta en libertad de los presos. Para ello, los guardias disponían de un sofisticado sistema de transmisión de información que permitía, en el mismo momento que el preso iba a ser ‘liberado’, avisar a sus allegados para que reuniesen la mayor cantidad de dinero posible y ‘comprar’ así la vida de su ser querido. Era una de las corrupciones que reforzaban la idea de que había listas previamente establecidas.

Las ‘sacas’ comenzaron a llevarse a cabo prácticamente desde el principio, pero se acentuaron a partir de septiembre de 1936 y se prolongaron hasta la primavera de 1937. ¿Qué sucedió en este periodo para que se incrementase esta práctica de exterminio? Suárez explica que en 1936 fue nombrado gobernador civil de Balears Mateu Torres Bestard, amigo personal de Franco y uno de los principales impulsores de las desapariciones forzosas en las islas, y Francisco Barrado Zorrilla como director de la Policía. “Estos dos individuos tenían una red de sobornos por el cual la vida de una persona valía 500 pesetas. Y durante su mandato, aparte de desplegar esta red, se dedicaron no solo a tolerar, sino a fomentar la práctica de las ‘sacas’”, afirma el historiador.

No en vano, Torres Bestard llegó a dirigir una carta a Franco, fechada el 10 de septiembre de 1936, en la que se lamentaba del trato ‘favorable’ que recibían los presos: “Entre la enormidad de detenidos figura gente significadísima que hasta después de detenidos han hecho manifestaciones contrarias al movimiento y, nada, aquí costando un dineral su manutención. Menos mal que Falange hace alguna limpia [en alusión a las ‘sacas’]”, manifestaba en la misiva, recogida por Massot Muntaner en Guerra Civil i repressió a Mallorca. Finalmente, Torres Bestard y Barrado acabaron destituidos, siendo nombrado delegado de orden público Víctor Enseñat Martínez, quien manifestó entonces: “Se han acabado las noches lúgubres en esta casa”. Las ‘sacas’ y desapariciones ilegales tocaron a su fin, pero fueron sustituidas por las ejecuciones institucionalizadas y dictadas por los tribunales franquistas contra los desafectos al nuevo régimen.

Entre la enormidad de detenidos figura gente que hasta después de detenidos han hecho manifestaciones contrarias al movimiento y, nada, aquí costando un dineral su manutención. Menos mal que Falange hace alguna limpia [en alusión a las ‘sacas’]

Mateu Torres Bestard — Gobernador civil de Balears y amigo personal de Franco

Testimonios de las ‘sacas’

Suárez recoge el testimonio de Antoni Tomàs, quien recuerda perfectamente la ‘saca’ a la que fue sometido su padre en Can Mir: en la tarde del 18 de marzo de 1937, un camión ruso del ejército comandado por soldados y falangistas entró en el patio de la prisión y cargó con doce o trece hombres. Su madre, quien se encontraba allí esperando para hacer llegarle un paquete, lo presenció todo. En el instante en que el vehículo abandonó la prisión, la mujer corrió tras él hasta llegar al santuario de La Sang. No dejaron aproximarse a nadie y, acto seguido, el camión continuó su trayecto por las Ramblas, la Costa de sa Pols y de ahí Porreres, en la fosa común de cuyo cementerio han sido recuperados decenas de cuerpos de quienes allí fueron fusilados. Nunca más volvió a ver a su marido.

Fosas comunes en el cementerio de Porreres CAIB

Otros eran conducidos a un centro policial o ante el Crist de La Sang, obligándoles a besar los pies de la imagen, para devolverlos de nuevo a Can Mir. El del preso Miquel Òleo, “inocente capitán de un fantasmal ejército”, como se refiere a él Llorenç Capellà en el Diccionari Vermell (en el que ya en 1989 llegó a identificar con nombres y apellidos a cerca de novecientas víctimas mortales de la represión franquista), se recuerda como uno de los casos más crueles que protagonizó el capellán de la prisión provincial, Atanasio de Palafrugell.

El 27 de enero de 1938, a las seis de la mañana, Òleo era conducido hasta la pared del cementerio de Palma para ser fusilado una hora más tarde. Justo cuando iba a subir al camión que lo llevaría hasta allí, apareció el eclesiástico para obligarle a besar la cruz que portaba colgada de un cordón atado a la cintura. Ante la negativa del preso, lo agarró del cabello y le restregó el crucifijo por los labios hasta hacerle sangrar. Tras ello, los ejecutores se dispusieron a atormentar al recluso, que no murió de inmediato tras los disparos: lo dejaron arrastrarse por la tierra, agonizando, hasta que el definitivo tiro de gracia acabó con su vida.

El escritor Jean Schalekamp, por su parte, dejó constancia en su día del testimonio de varios represaliados en su libro Mallorca, any 1936. D’una illa hom no en pot fugir. Uno de ellos es el de Antoni Llodrà, quien relata el pánico que se propagaba entre los internos cuando sabían que se iba a producir una ‘saca’: “El día que sabíamos que venían a sacar a gente, una hora antes se hacía un silencio abrumador, total. Oprimidos por el miedo, nos sentábamos en el suelo (…). Después, venían y gritaban: ‘¡Atención!’ y comenzaban a leer las listas. Cuando se decía un nombre y después el apellido, entre el momento de acabar de pronunciar el nombre y de comenzar a decir el apellido, pasa un tiempo imperceptible, unas milésimas de segundo. Yo soy Antoni y hasta que comenzaban a pronunciar el apellido, porque es un nombre muy corriente, parecía que pasábamos meses enteros. ‘Antonio…’. y hasta que no habían pronunciado el apellido uno creía siempre que lo matarían”.

El primer director de la cárcel, Antoni Canyelles, quien había sido secretario del Ajuntament de Selva y director del barco-prisión Jaume I, se mostró rotundamente en contra de la práctica de las ‘sacas’. Varios testimonios recogidos por Suárez lo recuerdan como una “buena persona” que ayudaba a los familiares cuando querían introducir comida para los reclusos. Cuando tuvo conocimiento de lo que sucedía dentro de Can Mir, manifestó firmemente su oposición a las ‘sacas’ (“Este tipo de libertad no me gusta”, llegó a proclamar), lo que acabó provocando su destitución y su ingreso en la prisión de la calle Missió. Lo sustituyó en el cargo Bartomeu Fullana, quien endureció su trato con los prisioneros.

Carta escrita por Jaume Matheu Siquier, asesinado el 15 de enero de 1937 víctima de una de las ‘sacas’ de Can Mir Imagen extraída de ‘La repressió a Mallorca durant la Guerra Civil espanyola (1936-1939)’, de Bartomeu Garí Salleras

Ametralladoras y carabinas en alto: “Queremos la cabeza de los presos”

Como documenta Suárez, durante los últimos meses de 1936 se llevaron a cabo varias manifestaciones fascistas en Palma y concentraciones muy duras en los alrededores de Can Mir cuando el desarrollo de la guerra no era el que esperaban, exigiendo que les entregasen a los presos para ejecutarlos. Lambert Juncosa fue uno de los presos que vivió aquellos momentos: “Recuerdo el día en que los falangistas regresaron de Eivissa, donde hallaron a muchos de sus compañeros fusilados por los ‘rojos’ de allí. Volvieron furibundos. Era una noche de octubre, ventosa y desapacible”.

“Estábamos ya sobre nuestros jergones”, prosigue, “cuando oímos un ruido espantoso en la avenida frente a nuestra cárcel. Llegaban los ‘valientes’ enardecidos, cantando sus himnos y gritando: ”¡Queremos la cabeza de los presos!“ (…). Ametralladoras, cestos con bombas de mano y las carabinas en alto. Intentaron forzar las rejas de la entrada, otros se esparcieron por los flancos del edificio y desde los andenes de la estación de Sóller y de la calle hoy llamada María Cristina intentaron agujerear las paredes para entrar por allí a la cárcel y matarnos como a ratas”.

Algunas de las caricaturas realizadas por José López Bermejo durante su reclusión en Can Mir Imágenes extraídas del libro ‘La presó de Can Mir’, de Manel Suárez Salvà

Los campos de concentración de Balears

Como explica, por su parte, el investigador Antoni Oliver en La vida als camps de concentració a Mallorca, la acumulación de detenidos en Can Mir, la prisión provincial y el Castell de Bellver llevó a las autoridades fascistas a plantearse, coincidiendo con las nuevas necesidades defensivas de Mallorca, trasladar a los presos en los campos de concentración itinerantes que fueron abriéndose desde diciembre de 1937 a lo largo de la costa de Mallorca, donde eran obligados a trabajar en la construcción de carreteras y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en barracones de madera o en tiendas de campaña.

También se refiere a estos enclaves el periodista Carlos Hernández en su libro Los campos de concentración de Franco, donde relata cómo la Comandancia Militar de Balears gestionó a sus prisioneros con gran autonomía y, poco después de la sublevación, comenzó a utilizarlos como mano de obra esclava, abriendo y cerrando campos de concentración según sus necesidades laborales.

Entre todos ellos asomaba el de Sa Colònia, próximo al puerto de La Savina, en Formentera. “Sa Colònia fue el lugar de reclusión franquista más temido de toda Balears durante los primeros años de la posguerra”, asevera Oliver, quien señala que en 1941 llegaron a concentrarse 1.500 prisioneros a la vez: “Todos, naturalmente, eran republicanos, principalmente gente humilde que no siempre había tenido una participación destacada en la Guerra Civil”. La mayor parte de quienes allí acabaron habían pasado por el penal de Can Mir.

En la actualidad, las certificaciones relativas a la estancia de los presos en Can Mir son prácticamente inexistentes. Y es que, según Suárez, el capellán de la prisión, Antoni Garau Plaza, recogió todos los expedientes de los prisioneros que durante su cautiverio no se habían movido de la cárcel, se los llevó y, muy posiblemente, los destruyó, escondiendo así todas las pruebas que pudiesen relacionar los asesinatos durante los primeros meses de funcionamiento. La desaparición de la documentación supuso un grave problema para todos aquellos que necesitaban certificar su paso por la prisión para poder percibir las indemnizaciones previstas por el Estado. “La sombra de la represión, del misterio, del miedo y de la injusticia que supuso el antiguo almacén de maderas aún abarcaba las postrimerías del siglo XX”, subraya el investigador.

Además de los propios testimonios de los reclusos, han sobrevivido al paso del tiempo los dibujos que realizaron algunos de los presos, como José López Bermejo, recluso destinado a los trabajos de oficina que ocupaba parte de su tiempo haciendo caricaturas de sus compañeros, a menudo en hojas oficiales de la prisión. López logró sacar de la prisión 150 dibujos que en la actualidad pertenecen al archivo familiar.

Hoy, una placa recuerda el destino de quienes sufrieron en Can Mir las consecuencias de la represión franquista. Durante años compartió espacio con la que hasta 2021 daba nombre a la principal vía de Palma: Avenida de Juan March Ordinas, contrabandista, banquero y empresario erigido en uno de los principales financiadores del golpe de Estado de 1936. La prisión cerró sus puertas en 1941 y, siete años después, era transformada en el emblemático cine Augusta de Palma. Durante décadas, los antiguos prisioneros identificaron la sala de proyecciones con el nombre de “cine Angustias” ante el miedo, la miseria, las torturas y la muerte a la que muchos se enfrentaron tras sus paredes.

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Fotografía destacada: Una de las pocas imágenes existentes del interior de la prisión de Can Mir | Fotografía cedida por Manel Suárez

Fuente:https://www.eldiario.es/illes-balears/sociedad/horrores-carcel-franquista-can-mir-tenia-suerte-moria_1_9220290.html

Memoria Histórica | |
Publicado por ARMH

Cinco cadáveres, una sortija y una alianza, los restos de la represión franquista en Asturias

Los arqueólogos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica trabajan en una trinchera de Grau convertida en fosa a la que los fascistas fueron arrojando los cuerpos de los fusilados entre 1938 y 1939

-Rafael, el hombre del dólar de oro que fue demasiado socialista para los franquistas

eldiario.es / Peio H. Riaño / 09/08/2022

Cuando llegó el asfalto ya no quedaba nadie. La luz eléctrica también tardó lo suyo. Con la democracia y los primeros alcaldes elegidos por los vecinos estos pueblos que cuelgan de las montañas del interior asturiano recuperaron el tiempo perdido. Aunque demasiado tarde: los guajes habían marchado a las ciudades a buscar un nuevo mundo. Y a librarse del de sus padres, asfixiado por la muerte, el rencor, también lo hacían de la amenaza de una dictadura que se impuso a golpe de asesinato en todas las aldeas que beben del curso del río Cubia y otros tantos arroyos y regueros que hacen de estas montañas una belleza monumental. Remontar el curso del río, desde Grau hacia el Puerto de Marabio, es despertar la memoria de la barbarie, con soldados asesinando por decenas a campesinos pobres e indefensos, cuyo pecado había sido tratar de doblegar a la naturaleza para que les soltara algún fruto con el que seguir tirando.

Entonces no había asfalto ni había luz eléctrica. Todo era muerte, miedo y una máquina de escribir. En los años treinta, en todo el concejo de Grau, sólo había una máquina, la de José Arias de la Roza, secretario General de la Asociación de Labradores de Villandás, migrante que acababa de regresar de Cuba con su mujer Encarna y cuatro hijos. Era 1932 y José le dijo a su compañera que había que volver, que había llegado la República, que ya era otro país.

Regreso por la República

Ambos habían viajado a Cuba a labrarse el futuro que en España tanto se resistía a finales del XIX. Entre 1840 y 1940 cerca de 300.000 jóvenes abandonaron Asturias con destino a América. Las migraciones más numerosas sucedieron hasta el primer tercio del XX, con destino a Cuba, Argentina y México.

José y Encarna con sus hijos. | Cedida por la familia

Según las investigaciones realizadas por el Museo del Pueblo de Asturias, los chavales que escapan de la provincia tenían entre diez y 18 años, mayoritariamente hijos de campesinos, que huían de la pobreza y de la guerra de África. Al otro lado del charco les esperaban fábricas de tabaco y textiles. Cuando José y Encarna regresaron a su tierra, en la aldea de Villandás, arrendó unas tierras y plantó el tabaco que traía de América. Aquí tuvieron un hijo más. Hoy viven María de los Ángeles (90) y Amparo (85). Cuando asesinaron a José, la mayor de sus hijas, Alicia, tenía 19 años y Amparo apenas unos meses.

Encarna no quería regresar, no confiaba en el cambio. Pero volvieron y consigo trajeron una victrola portátil –un tocadiscos– y 54 discos, además de otros enseres y la máquina de escribir Royal Qwerty, de color negro brillante, de hierro fundido con la que dejaba constancia de la unión de los trabajadores del campo. La nieta de José y Encarna, hija de Alicia, es Dolores Menéndez Arias, tiene 67 años, nació en Cuba y regresó con once años. Conserva la memoria documental de la familia y nos muestra la factura de los bienes que presentó su abuelo en el consulado español en Guantánamo (Cuba) antes de regresar a España. Ahí aparece la Royal.

En aquel tiempo ni siquiera el Ayuntamiento de Grau tenía máquina de escribir, indica Pepe Sierra, antiguo alcalde de Izquierda Unida en esta población asturiana que hoy roza los 10.000 habitantes. Sierra se dedica desde hace años a poner en orden la memoria del concejo, a reunir testimonios, a investigar cuántos fueron asesinados en plena represión. “De momento he recopilado 230 personas ejecutadas en Grau, desde el momento en que cae en manos franquistas. Instalaron en el concejo tres banderas falangistas y arrasaron. Iban a la caza, no les hizo falta ni los juicios sumarísimos”, cuenta Sierra a este periódico. Y subraya que del total, el 18% de las personas asesinadas fueron mujeres. “Es un porcentaje muy alto. Mataban para aterrorizar”, dice.

Foto del pasaporte de Encarnación con sus hijos

Memoria de la barbarie

A Sierra se le amontonan en la conversación los casos de barbarie que ha ido documentando, pero de repente recuerda al maestro de Restiello, cerca de donde vivían José y Encarna con sus cinco hijos. Al maestro le ordenaron que se presentara en el cuartel de la Guardia Civil de Grau. Está a unos 20 kilómetros y bajó en su bicicleta. Fue arrestado y sólo lo liberaron días más tarde cuando se presentó el padre, un salmantino y conservador, que reclamó la libertad para su hijo. Así lo hicieron. Cuando el padre regresó para Salamanca y el maestro volvía en bici a su casa, lo detuvieron a la salida de Grau y lo fusilaron. En la famosa y espeluznante fosa de El Rellán. “Aquí todos los maestros eran del Partido Comunista y fueron los primeros a los que asesinaron”, explica Sierra sobre el miedo que tenían los franquistas a la capacidad de influencia de los docentes.

José Arias de la Roza no era maestro. Pero debía de tener talante y don de gentes, cuenta Sierra. Porque como ellos, fue un elemento molesto para los fascistas y fue exterminado. Este martes de agosto han encontrado su cuerpo en la fosa de Canto la piedra, en una curva de la aldea de La Garba, a cinco kilómetros de Grau.

Sortija hallada en la fosa de Grau | ARMH

Los arqueólogos e historiadores voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) se encargan –gracias también al apoyo del actual alcalde de Grau, José Luis Trabanco (IU)– desde este lunes de la exhumación de los cuerpos de esta trinchera que los franquistas convirtieron en fosa. Marco González, coordinador de la excavación, advierte que hay evidencias de seis cuerpos.

Sólo falta que el ADN confirme lo que los testigos vieron: el 28 de febrero de 1938 llegó un camión con cuatro personas y los fusilaron al borde de la trinchera. En este punto de la historia aparece un tipo al que nadie en estos pueblos ha podido olvidar por los crímenes de los que le acusan. Lo llamaban el pintao de Bayo. Hay testigos del fusilamiento que contaron a los familiares de las víctimas que el pintao, quien apretó la pistola y acabó con sus vidas. Los especialistas de la ARMH encontraron en el terreno los casquillos de la 9 mm con la que apretó el gatillo. No eran fusiles.

Todos en Cuba

Junto con José fueron asesinados ese día Jovino González Fernández y el matrimonio María Concepción García Álvarez y Enrique Rodríguez Siñeriz. El matrimonio se había concertado entre los padres, por fotografías. Enrique estaba en Cuba trabajando como sastre y María Concepción fue para allá a casarse con él. Cuando lo denunciaron y arrestaron su mujer dijo que donde iba su marido iba ella… Esos días en que los tuvieron bajo arresto en Grau, el autobús de línea venía cargado de juguetes y caramelos, cuenta Pepe Sierra. Dejaban huérfanos a tres hijos.

Casi un año después, el 7 de enero de 1939, también mataron y arrojaron a la fosa a Erundia González López, de 29 años, madre de dos hijos, dueña del chigre de Arellanes y denunciada por un vecino del pueblo de Los Llanos. No se sabe qué pudieron hacerla entre el arresto y el tiro.

Todas estas personas formaban parte de las listas que hacían las fuerzas franquistas. Todo aquel que faltara de los pueblos era considerado un “rojo huido”. Los perseguían por toda España hasta darles caza. Pepe Sierra llama la atención sobre un hecho muy relevante: entre los cinco fusilados en esta fosa hay cuatro que estuvieron trabajando en Cuba. Ese fue su delito.

Alianza excavada en la fosa de Grau | ARMH

“No hay lógica que explique estos asesinatos. Los consideraban una amenaza y había que acabar con ellos”, dice Sierra. “Mi abuelo era pobre, no tenía tierras. Pero le tenían ganas unos cuantos, algunos incluso de la familia de mi abuela”, añade en la conversación Dolores, la nieta de José.

“Yo tuve un abuelo gracias a mi madre”, dice Dolores. Alicia mantuvo siempre viva la memoria de su padre, nunca calló aunque fue cauta. “No quería olvidar. Quería atesorar y compartir”. Alicia murió hace siete años, no pudo ver enterrado a su padre junto con el resto de su familia, aunque sabían perfectamente dónde estaba. La exhumación de los restos de su abuelo es un “acto de justicia”. No quiere revancha porque los culpables están muertos. “Es un consuelo para las dos hijas que quedan vivas. Es un capítulo que se cierra, pero no se cierra el libro. A veces es necesaria la historia de los pequeños para reconstruir la gran historia”, explica Dolores. Este miércoles irá a visitar la fosa en la que permanecen los restos de su abuelo, maltratados por la humedad, la tierra ácida y las raíces. A José lo hicieron desaparecer, requisaron su Royal Qwerty, pero nunca borraron su memoria.

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Fotografía destacada: Trabajos de exhumación en la trinchera de Grau. | ARMH / Óscar Rodríguez

Fuente:https://www.eldiario.es/sociedad/cinco-cadaveres-sortija-alianza-restos-represion-franquista-asturias_1_9234303.html?fbclid=IwAR3cwEH3Kvy2dbgutQUmbou0Y–7mCm0CMmgePltcNKt-pIUWq4CSJbXqzQ

 

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica inicia la búsqueda de tres hombres y dos mujeres, asesinados entre febrero de 1938 y enero de 1939, en la fosa común situada en el paraje Canto la Piedra, de La Garba

lavozdeasturias.es / 07/08/2022

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) iniciará mañana la búsqueda de cinco víctimas de la represión franquista en una fosa común situada en el paraje Canto la Piedra, de La Garba, en Grado, en concreto tres hombres y dos mujeres asesinados entre el 28 de febrero de 1938 y el 7 de enero de 1939.

El pasado 27 de marzo la ARMH estuvo explorando la zona, donde está ubicado uno de los monolitos instalados por el Gobierno asturiano en fosas comunes de la región, y halló numerosos casquillos de bala y algunos objetos como un peine o varios trozos de metralla.

Los proyectiles son los que disparaban los fusiles Máuser y procedían de la Fábrica Nacional de Toledo, fechados entre 1932 y 1935.

Las personas a las que se busca son José Arias de la Roza -una de cuyas hijas todavía vive y los voluntarios de la ARMH ya le han tomado muestras de ADN de cara a una posible identificación-, que tenía 43 años y era militante de la Agrupación Socialista de Grado cuando fue asesinado el 28 de febrero de 1938.

También se intentarán recuperar los cuerpos de Jovino González Fernández, un emigrante a Cuba que tuvo una actividad relevante en organizaciones de izquierdas y que, al a Asturias, se afilió al PSOE y que murió tras ser localizado después de intentar esconderse en casa de amigo.

Además, se espera localizar los cadáveres del matrimonio formado por María Concepción García Álvarez y Enrique Rodríguez Siñeriz y de Erundina González López.

La ARMH ha contado con la colaboración del Ayuntamiento de Grado pero llevará a cabo la exhumación y las identificaciones con sus propios recursos económicos y el trabajo de personas voluntarias dado que no solicita subvenciones a ninguna administración para mostrar su rechazo a la gestión que se realiza en España en ese ámbito, informa Efe.

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Fuente:https://www.lavozdeasturias.es/noticia/asturias/2022/08/07/comienza-grado-nueva-exhumacion-localizar-cinco-victimas-franquismo/00031659870987810481712.htm

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica recupera los cuerpos de los cuñados Manuel Pérez Méndez y José Pérez González durante una exhumación en Villapedre (Asturias) que concluyó el pasado 21 de julio

publico.es / Adela Lobo / 29/07/2022

Manuel Pérez Méndez era un trabajador de Asturias. El 12 de agosto de 1936 estaba en su casa, junto a su mujer. Ese día, sin embargo, todo cambiaría. Soldados franquistas entraron en su hogar y lo sacaron a rastras. Solo le dio tiempo a decir una cosa a su mujer: «Tiva, se n’algo che faltéi, perdóname (Tiva, si en algo te falté, perdóname)». La desgracia no llegó sola a la familia. Ese mismo día las fuerzas franquistas se llevaron también al cuñado de Manuel, José Pérez González. Ahora, 86 años después, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha concluido el proceso de exhumación. «Nos han cerrado muchas puertas», explica Charo, la mujer del nieto de Manuel, a Público.

Tras la intervención en Villapedre, se han hallado los huesos de 2 varones de unos 30 años. «Después de todo, esto es una gran alegría, aunque también sentimos rabia y dolor«, aclara Manuel Pérez Pérez, nieto de Manuel Pérez Méndez. El proceso ha sido breve pues se inició la localización el 19 de julio y terminó el 21 de ese mes. La asociación califica el proceso como «una intervención fácil», debido a que el área de actuación abarcaba unos 9 m².

Charo, la mujer del nieto de Manuel, comenta a Público que se le ocurrió solicitar la exhumación cuando leyó un párrafo que se publicó en el libro de las fiestas de Villapedre. El texto explicaba quiénes estaban enterrados en el cementerio de Villapedre. «¿Por qué no movemos esto?», le dijo a su marido. «Me pasaron al escritor y de ahí a la asociación», explica Charo a Público. A partir de ese momento, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica empezó a planificar la investigación y la exhumación de los cuerpos de los asesinados.

La familia comenta que el día que comenzaron a mover la tierra se acercó un hombre y dijo «ni los muertos dejáis tranquilos». A lo que Charo contestó: «Los muertos no, señor, los asesinados«.

La historia detrás de los huesos

«En Asturias el golpe nada más tuvo éxito en la capital y en unos cuarteles de Gijón, así que los esfuerzos de las autoridades republicanas se centraron en acabar con esos focos”, comenta el historiador Xosé Miguel Suárez Fernández a Público. “En auxilio de la capital sitiada por la República, los sublevados enviaron una columna militar desde Galicia que fue la que fue avanzando por el noroccidente asturiano y la que acabó de tomar la zona».

Xosé Miguel Suárez Fernández ha recogido las historias de estas víctimas en su libro Como augua de torbón. Guerra civil y represión franquista el estremo noroccidental de Asturias, una investigación que nace con el objetivo de sacar a la luz las historias de las víctimas que provocó el golpe militar de 1936 en la zona. Entre esos asesinados por el régimen en Asturias se encuentran Manuel y José.

Manuel Pérez Méndez nació el 1 de septiembre de 1905 en un pueblecito del municipio asturiano de Navia. Le apodaron el ‘pequenu’. Con 21 años contrajo matrimonio con María Natividad Méndez García, a la que se referían con el diminutivo ‘Tiva’.

La hermana de Manuel, Julia, estaba casada con José Pérez González, alias Pepe Baragaña. Él nació el 20 de diciembre de 1905 en Bárzana, aldea de la parroquia de Villapedre. José se casó con Julia, la hermana de Manuel.

Represión al movimiento obrero

Tanto Pepe Baragaña como su cuñado se dedicaban a labrar la tierra y cuidar del ganado. Su compromiso con el movimiento obrero los llevó a sindicalizarse en la UGT. Después del golpe de Estado, se organizó el Comité de Guerra de Villapedre, con el que los cuñados colaboraron.

Sobre el ‘pequenu’ se comentó que poseía una lista con números por cada casa de la contorna. A partir de este dato, se extendió el rumor de que era un listado para matar gente. Sin embargo, era un cómputo de las vacas y jatos que había en cada caserío por si fuera necesario requisar ganado para hacerse con carne para los milicianos. El rumor fue justificación suficiente para los sublevados, que fueron directamente a buscarlo a su casa.

El movimiento sindical y político de izquierdas fue arrasado por la opresión. A partir del dominio de los golpistas, comenzó una represión que tuvo una vertiente judicial, pero no fue así en otros casos. Los sublevados sacaron a gente de sus casas con el objetivo de asesinarlos. Este fue el caso del ‘pequenu’ y José.

El 12 de agosto de 1936 una cuadrilla franquista llegó a la casa de Manuel con el objetivo de atraparlo. Fueron directos a por él. «Tiva, se n’algo che faltéi, perdóname«, le dijo a su mujer mientras la cuadrilla lo sacaba a rastras. Sonaba a despedida, sabía que lo iban a matar.

Los asesinos también fueron a buscar a José y a otro vecino, Vicente Suárez García. Con ellos, iba el párroco, al que aquellos tres hombres, escoltados por la fuerza, le preguntaban suplicando qué hicieron ellos.

Desde una ventana la madre de Vicente gritaba que los dejaran. La mujer le rogó al cura que no mataran a su hijo delante de ella y los asesinos decidieron dejar su muerte para después. No fue el caso de Manuel y José, a quienes mataron los franquistas a la derecha de la puerta del garaje de una casa. La prueba del asesinato quedó grabada en el mismo garaje, donde todavía se ven los impactos de las balas.

Las vidas que quedan atrás

Julia y ‘Tiva’ se convertían en viudas al cargo de sus hijos. Julia escuchó los tiros desde la carnicería de Veiga. Cuando la mujer volvió a su casa de Bárzana y le dieron la noticia, se desmayó. Julia tendría que mantener sola a su hija de siete años, Berta.

Por otra parte, la mujer de Manuel tendría que cuidar de sus cinco hijos: Laureano, José, Manuel, Fabricio y Beatriz. Consiguieron salir adelante gracias a las cuatro vacas que tenían y a la ayuda de los vecinos.

Ángel, uno de los hermanos de José, huyó de las fuerzas franquista. Tuvo que esconderse durante años en el desván para evitar que lo encontraran. Los sublevados llamaban todos los días a la hermana de José, Ramira, para que declarara forzosamente dónde se encontraba su familiar. Finalmente, Ángel se fue a Santander. Solo volvió para el entierro de su hermana, que tanto lo había protegido.

El hermano de Manuel, Luis, fue al frente en noviembre de 1937. Nunca volvió y lo dieron por desaparecido. La familia cree que lo fusilaron por intentar pasar a las filas republicanas.

La recuperación de los cuerpos

Los cadáveres de Manuel y José fueron transportados en 1936 por un vecino enterrador, quien cavó un hoyo en la parte civil del cementerio de Villapedre para dar sepultura a los asesinados. Con la ampliación del cementerio en 1965, los restos de las víctimas se trasladaron. Tras esto, las familias perdieron la ubicación de los cuerpos.

Según informa la asociación, la recopilación de datos comenzó en agosto de 2019, pero el proceso paró por la pandemia. Este año la asociación ha podido comenzar por fin la exhumación. Por fin, han localizado el enterramiento secundario y han hallado a 2 varones de unos 30 años.

«Creemos que sí, tenemos la esperanza de que sean ellos», explica Charo. Las familias podrían recuperar los cuerpos después de tres generaciones esperando.

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Fuente:https://www.publico.es/politica/impactos-bala-garaje-1936-muestran-represion-franquista-asturias.html#analytics-seccion:listado

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